Mi alumno, el raro
Todos conocemos a alguien que es muy raro. - Ains, oye, Fulanito, qué raro es.- Decimos. Pues bien, quizá os suene raro pero ese adulto raro que conocéis, de niño, era también un raro. Quiero decir, uno no es un niño normal, feliz de mancharse los pantalones tirándose al suelo en la plaza y sufre una metamorfosis durante la adolescencia que los convierte en el adulto raro que tenéis en la familia, o como compañero de trabajo. El raro nace, no se hace. Y yo, señores, tengo un niño raro en mi clase. Reflexionaba yo, idealizando, acerca de esto durante el verano pasado (verano que me he tirado poniéndome morena en la playa, bañándome en el mar y lamiendo mis heridas como he podido, mal que le pese a algunos), e intentaba autoconvencerme de que no hay niños raros, y tal. Pues el diez de septiembre, cinco minutos antes de las nueve de la mañana, mi alumno vino a dejarme claro que el sobrenombre que le tengo puesto no es nada despectivo, sino justo y acertado. Para mi alivio, todo