Los años perdidos
Para un maestro, al menos para los maestros con los que me he codeado y me codeo, un curso escolar es una oportunidad de aprendizaje profesional. Nuestro trabajo tiene unos ciclos muy marcados, con planificaciones al principio y evaluaciones de nuestro propio trabajo al final. Un trabajo que se presta mucho a reflexionar y, por tanto, a aprender. Y aprendemos de todo. Del directo con los alumnos, con personas que cambian, que te suponen un reto solamente por el hecho de ser diferentes y únicos. Las situaciones cotidianas, tan similares a las de todos los cursos y tan diferentes a la vez, que te hacen replantearte tu forma de hacer las cosas, hacer pequeñas adaptaciones para que todo funcione bien. De compañeros, de los que vas cogiendo esas cosas que ves, que funcionan, que te gustan... Hasta que las haces tuyas y las usas. Una metodología, una forma de usar la mano izquierda con los alumnos conflictivos, una ficha de registro de la habilidad lectora... De Los proyectos. Esos que pones