¡No me lo puedo creer! (O de cómo he tenido un momento surrealista a primera hora de la mañana)

Reconozco que no hice magisterio por vocación. Yo tiraba más a carrera de ciencias. Yo quería ser, la verdad, bióloga. Pero de esas que terminan haciendo cosas en el laboratorio y tal, y tal vez descubrir algo con el microscopio. Pero ni me dió el coco, ni la oferta de carreras de mi ciudad ni el idealismo de los principios de la juventud.

Así que terminé en magisterio porque tampoco había nada más que me gustase después de salir despavorida de geología y sus clases de cinco horas de matemáticas.

Historia siempre me pareció un peñazo, filología inglesa para qué, si soy de francés, estudiar derecho ni amarrada, las carreras de ciencias purísimas descartadas y enfermeria ni me lo planteé porque no solamente es que sea aprensiva, es que me da un asco tremendo todo lo que tenga que ver con el cuerpo humano. Todo.

Por eso, magisterio.

Al padre de mi J lo operaron la semana pasada. Me advirtió del hecho no porque tengamos una gran amistad, sino porque la niña iba a estar sin venir hasta estar él medio recuperado. Vale, lo comprendo. Las faltas de la niña están justificadas y no ha habido problema.

Hoy, cuando J ha aparecido por la puerta con su papá detrás, la menda, que es una persona muy educada cuando quiere, le ha preguntado:

-¿Qué tal se encuentra usted?

Maldita la hora en la que dije eso.

Empezó a contarme la operación. Con pelos, señales, detalles escabrosos, descripción de olores y dolores... Se subió la camiseta y me enseñó las tres heridas de la laparoscopia, me contó las curas que le hacen, lo que duelen, por dónde le dolía más, no sé qué del hígado...

Fijo, fijo, que en ese momento yo estaba verde. Me había apoyado en una estantería e intentaba pensar en otra cosa mientras me hablaba porque sinceramente lo estaba pasando mal. Y el hombre, oye, con pasión, dándolo todo contándomelo hasta que...


Hasta que se saca del bolsillo un vasito de estos de análisis de pis, lo abre y me lo pone literalmente bajo las narices.

-Mira, mira la piedra que me han quitado de la vesícula - agita el vasito

Me empiezan a dar arcadas. No puedo evitar mirar, él mueve el vasito para que su contenido esté en todo momento dentro de mi campo visual.

- ¿A que es grande? Así que he pensado que aquí te lo dejo...
- ¿¿¿¿¿¿Cómooooooo?????? - Siguen mis arcadas. La imagen mental de verme cogiendo el botecito hace que note cómo el nesquick de la mañana se agita inquieto en mi estómago.
- Sí, sí, ¡para que lo vean los niños!, que es muy interesante ver las cosas que salen del cuerpo.

Sigo con arcadas mientras intento buscar una salida, intento concentrarme.

- Esto... Mejor no, ¿sabe? los niños lo tocan todo y esto... ehh... se la van a perder seguro...
- Bueno, bueno, ¿Pero a que es grande?

Me entran ganas de gritarle que cierre el bote ya, que voy a vomitar allí, delante de todos los niños, a las nueve y cinco de la mañana.

A partir de ahí el día solamente podía ir a mejor. Pues menos mal... Reconozco que ahora me parto de risa contándolo pero oye, qué mal rato...

Comentarios

  1. vaya pobrecita, que mal lo habrás pasado. Es que lo que no se puede rmediar no se puede remediar ;)

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  2. A mí me entra la vena hipocondríaca y me voy derechita al hospital jajaja.

    Parece que la curiosidad no mató al gato, fue la educación o las buenas formas, lo que tiene preguntar jajaja

    *!

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  3. jajajaja, hay gente para todo!!

    Menudo panorama! haber hecho como que te desmayabas o algo así, para que te dejase en paz, jajaja

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  4. Madremiadelamorhermoso! Lo flipo, y mira que flipé el lunes con la madre de Barsinson... Tía, es increíble, no me explico dónde tiene ese tío la cabeza...

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