Martes de excursión

El martes pasado fui de excursión con los chicos de mi cole. En total fuimos 39 alumnos y 6 profes, así que la proporción salía bastante buena.


La tarde de antes de la salida caigo en la cuenta que, una vez más, mi equipaje no ha previsto la excursión y no tengo una triste mochila que echarme a la espalda. Como no veo apropiado irme de excursión con un bolso colgando, me compré una mochilita del Pooh en una de las tienditas del pueblo. Una compañera sí que fue con bolso a la excursión: un doctor bag en color negro que se veía más fuera de lugar que mi hermana en el Bershka.


Comenzamos desplazándonos en autobús hasta Jimena, donde un guía nos realizó una magnífica visita por el pueblo, comentándonos los orígenes árabes de sus calles y de algunos de sus monumentos. Visitamos por dentro el castillo, que está siendo restaurado y pudimos subir hasta la torre, donde se veía una maravillosa vista del valle del Guadalquivir. Las empinadas calles de Jimena no eran más que un aviso del día que nos esperaba.


Terminada la visita al pueblo comenzamos una costosa subida a la montaña. No había camino, ni tan siquiera para definirlo como camino de cabras, aunque había pruebas en el suelo de que las cabras suelen pasar por ahí. La subida de la montaña nos llevo unos tres cuartos de hora. Ni que decir tiene, porque es obvio, que llegué la última, pero llegué (que hubo gente que se quedó por el camino).


Arriba, "La cueva de la graja": Una gruta abierta donde admiramos pinturas rupestres que datan del neolítico. Impresionante. Además de que llegas sin aliento, lo que se observa te deja sin palabras. Los chicos, completamente entusiasmados, se juntaban pidiendo fotos.


Como una es muy fiel a sí misma, también bajó la última. El guía, un treintañero paciente y campechanote, me guardaba las espaldas y me guiaba diciéndome dónde poner cada pie en las rocas. De pronto, en medio de lo que parece un camino se me cruza una lagartija de un palmo de largo, contando la cola.
- Argghhhhhhh- Gimoteo yo, parada en seco, encogiendo una pierna.
- Tranquila, es una lagartija- Me dice el guía, machote y protector.
Me vuelvo, arqueando una ceja- ¿Crees que ponerle nombre me consuela?- Rodeo digna el sitio por donde ha desaparecido el bicho.
Llegamos abajo sin más novedad que el cachondeo del alumnado ante mi rostro conjestionado por el esfuerzo.
-¡Pero he llegado, que hubo quien se quedó por el camino!- Me defiendo, autoconvenciéndome.
Volvemos al autobús y nos desplazamos hasta Bédmar, donde teníamos previsto visitar una industria conservera y al final no pudo ser. Aprovechamos para echar una fanta, una cervecilla y para invitar a los chavales a un refresquito.
De nuevo al bus y, por un carrilillo angosto donde el autobús rozaba con los olivos nos fuimos hasta el río Cuadros.
Aún no habíamos terminado de bajar hasta el río y los chavales ya estaba con ropa y todo, metidos en el agua.
Los profes buscamos un lugar para sentarnos, al lado de un arroyo, y nos pusimos a comer. Al rato, llega el dire y suelta la bomba del día:
- Propongo que nos descalcemos, nos arremanguemos los pantalones y nos metamos en el río a buscar la gran cascada-
Gélidas miradas de mis compañeros acogen la propuesta. Yo, que conozco poco los parajes donde nos movemos veo divertida e inofensiva la propuesta del señor y digo:
- Venga.
Lileth desciende hasta el río donde es recibida por el alumnado con aplausos y vítores. Lileth se descalza sus All Star rojas, mete pulcramente dentro los calcetines del Woman's secret y comprueba que los pantalones vaqueros del Bershka no son arremangables más arriba de sus carnosos gemelos.
Cuando termino de prepararme ya he perdido de pista al dire, que se pierde gruta adentro de piedra en piedra, desvelando una extraña habilidad mutante, cruce entre una rana y Tarzán de los monos.
Meto los dos pies en el río que, evidentemente, baja helado. Me adentro, mirando con auténtico canguelo las piedras llenas de verdín. En ese momento me doy cuenta que aún llevo las gafas de sol puestas con estilo encima de la cabeza; tarde para quitármelas.
Los niños me dicen dónde tengo que ir poniendo los pies mientras saltan como gatos a mi alrededor, de piedra en piedra, sin caerse.
Pongo un pie, adelanto el otro y resbalo a cámara lenta mientras emito un agudo chillido.
- Aaahhhhh- Quedo encajada como un birkiki en la grieta de una roca, y me mojo totalmente la mitad izquierda del cuerpo.
El chico que me intentaba socorrer cae en la roca a cuatro patas sin poder parar de reir. Yo estoy sin fuerzas del frío y de la risa.
Cuando consigo levantarme opto por caminar por el lecho del río, porque me parece más seguro que ir dando botes de piedra en piedra. Así consigo además mojarme de forma uniforme hasta la cintura.
Llega un momento en que me tengo que parar justo debajo de una cascada. La impresión del agua fría en la espalda y la cabeza me desconcentra y vuelvo a caer, de nuevo a cámara lenta, de nuevo con un grito agudo.
- Aaaahhhh!!!!- Grito totalmente empapada (y agradeciendo que el rimel sea resistente al agua) mientras vienen nadando hacia mí un par de alumnos.
En resumen, salí poco más tarde del río, de la gruta, mojada de pies a cabeza, conservando milagrosamente las gafas de sol, ante vítores de los chavales. Y he de decir que también bajo la mirada de cachondeo del dire, absolutamente seco.
Me sequé bajo el sol, con los demás sirenos y sirenas pensando eso de los anuncios de antes de la play:
"He subido montañas para ver pinturas ancestrales, me he bañado en aguas de una gruta escondida... Yo sí puedo decir que he vivido".
Creo que me lo pasé mejor que los niños.
P.D.: Las manchas de verdín de los pantalones salió sin problemas en la lavadora.

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