Chez le médecin

Hoy, después de una semana intentando ignorar el problema con antiinflamatorios, no me ha quedado otra que ir al médico. Ya es imposible ignorar el pinchazo en la garganta y el incipiente dolor de oídos.

En la consulta, a la que no voy desde mayo, poco más o menos, antes se cogía el turno pidiendo la vez, como en las carnicerías de antaño. Ahora entras y la auxiliar, que es una señorita muy amable y muy jipi debajo de su bata blanca, te da un numerito.

Aparezco en la consulta a eso de las diez y media y me tocan los dos patitos, el 22. El que está en consulta es el 9. Me resigno a no llegar a casa hasta la hora de comer, mientras saco mi libro del bolso de lona de la Hello Kitty. Desde mi rinconcito apartado, pertrechada detrás del segundo tomo de las Memorias de Idhum, mientras la prota se debate entre el sosón de Jack y el poco fiable Kirtash (¡los malos al poder!) hago una de las cosas que más me gustan en la vida que es observar a la gente.

A mi derecha, con una tos blanda fea fea fea, hay un señor de unos treinta y pocos. Viene con la ropa del trabajo. No está mal, pero le miro los calcetines y pienso que es peor ver sus calcetines que escuchar esa tos productiva. ¿Sabrán los hombres la de veces que pierden la oportunidad de ligoteo por llevar unos calcetines equivocados?. El señor de la consulta lleva unos naúticos de color marrón, con unos calcetines de deporte blancos con una raya azul marino ancha en los laterales.

Aparece otra señora muy elegante. Talla 54 mínimo, con unos pantalones vaqueros pesqueros dos tallas por debajo de la suya, y un top de tirantas de flores que me permitió contar los pliegues de la piel mientras hacía tiempo. Lo que más me gusta son sus peep toe en ante color rojo. Completa el look con un minibolso en peluche con estampado felino. Esta señora venía por problemas en los ojos, porque no se quitó las gafas de sol en ningún momento, aunque cronometraba lo que tardaba cada uno dentro de la consulta: el 12 tardó 26 minutos en salir, el 15, 23, pero lo que fue más comentado fueron los 37 minutos del señor número 18. La verdad es que yo también me preguntaba qué tipo de reconocimiento te pueden hacer en 37 minutos, pero hundo la nariz en mi libro y paso.

Una señora agoniza en una silla. Unos setenta años (quizá algunos menos mal llevados) y una falda de leopardo. La señora tose, suspira y se revuelve en su silla, por si alguien la ve fatal y la deja pasar antes.

Al rato de estar allí aparece una amiga de la pandilla de mi tierna juventud. Desde que no la veo (unos 6 años), cambió de novio, se casó con alguien y tiene una niña. Ella parece decepcionada cuando se entera de que sigo con el mismo novio. Supongo que eso no es cotilleo.

Los ánimos están caldeados y hay quien increpa a los tardones, así que cuando me llega el turno entro ya en consulta con cara de pena y señalándome la garganta.

Mi médico me dice lo que ya sé: faringitis. Y también me dice lo que sospecho: otitis.

- Tienes mucosidad ahí- Me dice el señor doctor, mientras mira con una cosa con luz mis oídos.
- Qué glamouroso- opino yo.

Me receta un antibiótico, un mucolítico y unas pastillas para subir las defensas porque le he dicho que estoy hasta el moño de estar cada dos por tres enferma con la garganta.

Cuando voy enfilando la puerta escucho a la señora de los zapatos rojos:

- Cuatro minutos-

Me vuelvo y le digo:

- Pues me merezco un aplauso, señores, porque me llevo el récord de la mañana.

Así que con la risa general, y mi récord de la mañana enfilé de camino a la farmacia.

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