Batman

El terrible recuerdo ha estado arrinconado en algún desván de mi cabeza todo un año y hoy, al acercarme al cerrar la ventana me ha venido a la mente como si hubiese sido un sueño olvidado al despertar.

No recuerdo qué noche fue, ni siquiera si fue en fin de semana o no. Sé que era de madrugada y mis padres dormían; de hecho podía oírlos dormir, ya me entendéis.

A oscuras me dirigía a mi cuarto y un ruido de telas y rasgueo de uñas me dejó parada en el sitio. Petrificada, muerta del susto. Qué fácil es ser valiente cuando no te están pasando a tí las cosas.

Sin atreverme a mover un sólo músculo mi mente calculaba a toda velocidad las variantes de las que podía provenir el ruido:
- un fantasma... no, demasido físico.
- Un ladrón, mmmm, inexperto... Y ya me ha oído, podría haberse quedado quieto.
- Una cucaracha... uhm... quizá, pero no, (Espero).

De pronto caí en la cuenta de lo que era. Mi mano, muy vacilante, dió al interruptor de la luz.

Y un murciélago asustadísimo recorría la parte alta de la cortina. A un lado, al otro. Podía verle las mebranas de las alas, esa especie de uña del ala, el hocico, esos ojillos.

Puf, menuda papeleta. ¿Y ahora qué hago?

Sólo tenía dos opciones (la tercera, la de ayudar al murciélago a salir por la ventana de nuevo fue descartada aún antes de haberla formulado, qué asco, qué miedo):

a) Opción A: Grito, y papá y mamá me salvan. Y luego me matan, por el jaleo.
b) Opción B: Cierro la luz, y coooooooorro hasta mi cuarto, donde me encierro y atranco la puerta porque he visto en las películas de dinosaurios que aprenden a abrirlas.

Opté por la opción B, y sobreviví. Y ahora le cuento esto al mundo para que pueda seguir mi ejemplo y hacer lo mismo.

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