Terror en el hipermercado

La tarde estaba tan, tan aburrida que lo único que se me ocurrió hacer fue ir hasta el supermercado. Mi fanta ligth se ha acabado y no puedo pasar sin ella. No es lo mismo para mi línea picar entre horas una lata de refresco de 5 Kcal que hartarme a roscos y chocolate Nestlé como hice el año pasado. Así me fue.

Así que me ducho, me visto y me pinto medianamente: es el súper de mi zona y me encuentro fijo con alguien que conozco. Además, he de reconocer que ya no estoy para ir con la cara lavada a casi ningún sitio. No me equivoco, nada más llegar me encuentro con la hermana de mi tía.

Durante los saludos de rigor los veo por el rabillo del ojo: Esteban y Sara. Llavaré como 10 años sin verla a ella, y qué estropeada la encuentro. Recuerdo que le sacaba yo como 4 años y ahora parece que me lleve 10. Y la nariz se le ha alargado, qué horror. A Esteban lo veo de espaldas. A él lo vi hace unos meses, ha adelgazado, pero sigue siendo un hortera.

¿Será posible? ¿Qué le he hecho yo a esta tía para que pase por mi lado sin saludarme? Maldigo para mis adentros todas las veces en mi vida en que fui amable con ella.

Cojo mi paté, unas salchichas, mis amados yogures de macedonia y las imprescindibles fantas. La cola es inmeeeensa. Todo el barrio ha venido a comprar a la misma vez que yo. Le echo paciencia mientras cotilleo la cesta del señor que está delante. Sobaos, magdalenas, quesos grasos, un par de pizzas de casa tarradellas... ¿pero este tío está deprimido o qué? Me recuerda a mis famosas bombas calóricas. Estamos en el pasillo de los dulces, haciendo cola y el señor de alante decide que aún puede engordar más, así que se echa un par de paquetes de tortas de Inés Rosales. Eso, pienso, a tí lo que te pasa es que te ha dejado tu mujer.

La cola avanza, la señora de atrás me comenta, con una finjida complicidad que qué de gente, qué cola y ella que lleva sólo una fanta (de dos litros). Le miro seria y la ignoro. No cuela, tía, no te dejo pasar delante. Soy una saboría, lo sé.

La cola única se divide en dos y me veo al pavo del aceite. Un nota con pinta de galán de los años '80, delgadito y muy pasado de moda que, como quien no quiere la cosa, se ha colado en la caja de al lado, para que le cobren su garrafa de 5 litros de aceite. Me parto; el tío le echa cara y nadie se ha coscado, o nadie parece darse cuenta.

Cuando me están terminando de cobrar miro a la otra caja y le están cobrando a sara y Esteban. Uish, estos no eran, que me he confundido... Uish, qué mal... que no son.

Tengo que volver a graduar las gafas.

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