Habilidades

A mí hay cosas que se me dan muy bien: Cocinar pasta, hacer recetas de arroz soltero, mirar con cara de asco a los ligones de discoteca y caerme.

Caerme se me da divino.

La primera caída tonta la tuve aún en el colegio. Alguien me empujó en el patio y yo, simplemente, caí de rodillas. Me salieron sendos moratones en las rodillas, muy escandalosos.

Otra caída guay fue con 16 añazos. De esas primeras veces que te quedas sola en casa. A mí me dió por hacerme un baño de espuma. Justo cuando llegaron mis padres me doy cuenta que hay espuma hasta en el techo y me subí al borde de la bañera, toalla en mano y descalza a quitar la espuma del techo. Caí con la pierna horizontal con respecto a la bañera y me mareé del dolor. Tuve fractura pero no me escayolaron. Con 16 años, en urgencias sólo pensaba que qué mala suerte, un médico tan guapo y yo sin depilar las piernas.
El cardenal me ocupó dos meses toda la pierna, Muy creativo, y de colores cambiantes, era la estrella en el instituto. Pero dolía de la muerte. Luego me dijeron que es que me salió líquido del hueso o no sé qué. Tengo un bulto perenne, pa los restos, en el lugar del golpe.

Y últimamente desde que mis accidentes son motivo de risa familiar suelo dejar constancia de ellos fotografiando cada día mis cardenales para ver la evolución.


Un día, mi novio de guardia, iba yo feliz a coger la camioneta para ir a Punta con mi primo. Había arena de playa en el portal y resbalo, clavándome el borde de un escalón en el culo. El otro no se me clavó en la espalda porque llevaba mochila, si no, yo creo que acabo en silla de ruedas. El tema es que, si bien me llevé 20 minutos de reloj en el portal, nadie vino a socorrerme. Ya en la playa notaba yo lo incomodísimo de ciertas posturas, pero hasta que llegué a casa no pude admirar el cardenal gigantesco y lineal que me recorría los dos cachetes del culo.

Una, que no suele escoger los bikinis basándose en la decencia de los mismos, se convirtió en el centro de atención de las playas al lucir el culo morado. Aún conservo las fotos, unas 6 en total en la que se ve la aparición del cardenal y el principio de su declive.


Sin embargo últimamente he creado una variante del guarrazo de lo más dolorosa: La agresión con la uña a lo bestia.

La experiencia pionera fue una noche en la que me quitaba el maquillaje con el primero de los tres pasos de Clinique. Vamos, que me enjabonaba la cara, con un ansia, con un brío, con un ritmo, con unos movimientos circulares hasta que me metí hasta el fondo de la nariz mi dedo chico, con su uña larga y afiladita cual gitano guitarrista. Sangré como en las películas de Tarantino.

Yo creo que, visto lo visto, como la compañía de seguros se entere de mis habilidades, me sube la póliza o me la cancela.

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