Cuando comentaba con mi primo, antes de venirme, el hecho inevitable de que algún día cogería un avión, me previno: - A ver si te va a dar el mal del Godo. El mal del Godo, por lo visto, es cuando un peninsular viene a las islas y se agobia de estar rodeado de agua. - Ahí, por lo visto, nos llaman godos- apuntó mi primo. Y yo en su momento pensé que eso es como si te llaman payo, o cualquier otra forma de llamarnos. Pero no. Que te llamen godo no es bueno. Pues ayer conocí a una goda (aunque ya sabía lo que significaba la palabrita). Llegé a casa a eso de las ocho y media de la tarde, después de un largo día fuera por un curso del CEP y, antes de que pudiera quitarme el chaquetón (sí, aquí también bajan las temperaturas si no estás al borde del mar) me tocan a la puerta. Abro, puesto que no tengo mirilla, pensando que es el vecino, pero no, es una chica más o menos de mi edad, con unos pendientes tan grandes que amenazaban con desgarrarle las orejas. Es entonces cuando veo a una goda p